Cuentos y leyendas nauas de la huasteca veracruzana
lapoesianosevende.blogspot.com
Fernando Sorrentino <fersorrentino@gmail.com> escribió:
…que, en mi carácter de lector hedónico, soy irredimible enemigo de jerigonzas, atolladeros y acertijos literarios.
Debido a tan perdurable insensibilidad, he publicado (diario La Prensa, Buenos Aires, 20 de marzo de 2024) el trabajo que puedes ver en el anexo: un archivo Word y un archivo PDF (dos archivos distintos y un solo texto verdadero).
Si quisieras leerlo, no tienes otra tarea que desflorar uno u otro; en caso contrario, bastará con que destruyas este mensaje. Ninguna de ambas acciones afectará la marcha del mundo.
Un cordial saludo,
FerS
https://es.wikipedia.org/wiki/
Fernando_Sorrentino https://registrodeescritores.
com.ar/project/fernando- sorrentino/
Fernando Sorrentino
El sensato don Ramón
Allá por La Rioja española del siglo XIII, y en la segunda cuaderna vía de su Vida de Santo Domingo de Silos, Gonzalo de Berceo estampó sus célebres alejandrinos tantas veces citados:
Quiero fer una prosa en román paladino,
en qual suele el pueblo fablar con so uezino. (1)
Allá por la Buenos Aires de 1905, y en el primer acto de sus Locos de verano, Gregorio de Laferrère pone, en boca de uno de los escasos cuerdos que habitaban aquella extravagante y cómica vivienda, la siguiente reflexión:
Enrique. – Y bueno, ¡qué querés! Pero la verdad es que no me entra a mí este curioso talento de tus amigos, a quienes resulta que nadie entiende. (Con ironía.) ¡Yo creía condición esencial del talento hacerse entender!
El hecho es que, por temperamento, por impaciencia, por pereza, estoy por completo de acuerdo con los dos amigos literarios que acabo de citar. Como consecuencia, cancelo inmediatamente la lectura de todo texto que me amenace con el menor atisbo de maraña, laberinto o jeroglífico: por tal motivo, y por prejuicio basado en abundantes posjuicios anteriores, ni siquiera intento asomarme a los “poemas” actuales, en que autores eternamente angustiados y sufrientes hacen correr sus enredos léxicos a lo largo de desvencijadas líneas sin ritmo, sin sonido, sin meollo y –mucho me temo– sin pies ni cabeza.
Ubicado, entonces, dentro del terreno que habitan los sacrílegos ranforrincos de la literatura, y habiendo, por ende, desarrollado anticuerpos para agregar nuevos despropósitos, seguiré adelante, y no, precisamente, “con la frente marchita”.
A modo de antídoto contra los textos tartamudos, disléxicos y/o caóticos, y para que la desproporción no sea tan alevosa, eludiré todo término de comparación con algunos sonetos de los magnos maestros de los Siglos de Oro: Garcilaso (“A Dafne ya los brazos le crecían”), Góngora (“Menos solicitó veloz saeta”), Lope (“Suelta mi manso, mayoral extraño”), Quevedo (“Cerrar podrá mi ojos la postrera”), Calderón (“Estas que fueron pompa y alegría”), Juana Inés (“Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba”).
No: recurriré deliberadamente a algún poeta que, según opinan los hombres dignos de fe, pertenezca a una categoría bastante menor…
Entonces, ¿a quién sugerir…? Entre tantos posibles candidatos, finalmente convoco al español Ramón de Campoamor (1817-1901).
A pesar (o, tal vez, a causa) de la mesurada estatura literaria que suele asignársele, compuso poemas que, a mi juicio, conllevan muchos elementos meritorios: están lejos de arrastrarnos a los sótanos del surmenage; empiezan, se desarrollan y terminan; se entienden al instante; sus palabras, en lugar de proponer galimatías, se entrelazan para brindar significados; los endecasílabos, bien medidos, corren con ritmo; la adecuada rima les confiere agradable sonido.
Leamos, entonces, dos de sus sonetos:
Los padres y los hijos
Un enjambre de pájaros, metidos
en jaula de metal, guardó un cabrero,
y a cuidarlos voló desde el otero
la pareja de padres afligidos.
–Si aquí –dijo el pastor– vienen unidos
sus hijos a cuidar con tanto esmero,
ver cómo cuidan a los padres quiero
los hijos por amor y agradecidos.
Deja entre redes la pareja envuelta,
la puerta abre el pastor del duro alambre,
cierra a los padres y a los hijos suelta.
Huyó de los hijuelos el enjambre
y, como en vano se esperó su vuelta,
mató a los padres el dolor y el hambre.
Los hijos y los padres
Ni arrastrada un pastor llevar podía
a una cabra infeliz que oía amante
balar detrás al hijo, que, inconstante,
marchar junto a la madre no quería.
–¡Necio! –al pastor un sabio le decía–,
al que llevas detrás, ponle delante;
échate el hijo al hombro, y al instante
la madre verás ir tras de la cría.
Tal consejo el pastor creyó sencillo,
cogió la cría y se marchó corriendo,
llevando el animal sobre el hatillo.
La cabra, sin ramal, los fue siguiendo,
mas siguiendo tan cerca al cabritillo,
que los pies por detrás le iba lamiendo.
Poemas escritos en román paladino y con la condición esencial del arte: hacerse entender.
No puedo menos que agradecerle al sensato don Ramón.
(1) Gonzalo de Berceo, Vida de Santo Domingo de Silos, Madrid, Anaya, 1968, pág. 50. Introducción, edición y notas de Germán Orduna.
(Dicho sea de paso: en mis años juveniles tuve el placer y el honor de ser alumno del profesor Orduna, riguroso hispanista de admirable calidad humana.)
[Publicado en La Prensa, Buenos Aires, 20 de marzo de 2024.]
[721 palabras]
Estimada amiga Livia,
Me es grato comunicarte que en la página 8, sección PAISAJES INTERIORES (III), del número 116 de GIBRALFARO, correspondiente al trimestre Julio-Septiembre 2023, ha aparecido el texto que me enviaste bajo el título de “Yo tuve un sueño”. La publicación la hallarás pulsando sobre este enlace:
https://www.gibralfaro.uma.es/
He de confesarte que su lectura me ha resultado fascinante. Lírica en prosa clásica y prosa versificada, ambas en íntima correlación. Me ha encantado. Sinceramente. El sentido del texto me ha sugerido incluirlo en la sección de lírica.
He ampliado un poco los datos personales que me enviaste con algunos más que he tomado de varios sitios de internet. Lo que has hecho tiene gran mérito y merece ser conocido. Lo que se olvida no vale para nada.
Confiteor: Me siento orgulloso de tenerte como amiga.
Cuando dispongas de un rato libre, y si te parece bien, échale un vistazo por si a mí se me ha escapado algún error al proceder a su edición en formato HTML o hallas algo susceptible de modificación.
Espero que continúes colaborando con nosotros enviándonos tus textos.
Una vez, querida amiga, gracias por tu colaboración.
Un abrazo desde Málaga.
José Antonio Molero Benavides
Profesor Honorífico (Cum Venia Docendi)
Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte
Director de la revista digital GIBRALFARO: http://
Correo electrónico Revista: edijambia@gmail.com o
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Facultad de Ciencias de la Educación
29071. Campus de Teatinos
Universidad de Málaga
Etiquetas: Poemarios
RECREACIÓN LITERARIA DE UNA TRAGEDIA POZARRICENSE (CUENTO “LA NOCHE DE LA SÉPTIMA LLAMA”)
Por Mario Ángel Román del valle
Muy interesante y entretenida
resulta la lectura del cuento “La noche de la séptima llama”, del escritor
hidalguense Gonzalo Martré.
Existe en esta obra de ficción literaria una muy buena descripción del
mundo laboral petrolero y de su correspondiente cultura en los años del gran auge
económico de nuestra ciudad, los que van de 1932 a 1988. Si bien la historia de
Martré se centra alrededor de los años cincuenta.
Dentro de esa cultura obrera petrolera, que es parte central de nuestra
historia social y de su identidad comunal, hay un aspecto de innegable
raigambre, y es el relativo a las relaciones que se gestaron en torno al
alcoholismo y la prostitución; que fueron, a no dudarlo, los elementos de
diversión más constantes de un proletariado que debía enfrentar durísimas condiciones
de vida y de trabajo. De forma tal que durante los primeros sesenta años de
vida de Poza Rica, mientras proliferaban bares, cantinas, prostíbulos y zonas
rojas (algunas de ellas celebérrimas), el funcionamiento de escuelas,
bibliotecas, parques y centros culturales fueron verdaderos garbanzos de a
libre en la otrora “capital petrolera del país”.
El otro lado de la moneda de esta cultura obrera la tenemos en el
trabajo constante, rudo, muchas veces abnegado, y cruento en ocasiones de los
obreros del petróleo. El autor mismo de esta crítica-reseña fue trabajador por
17 años de la industria. Y sabe de lo que habla. Me parece muy buena la parte
en que se refieren las labores de perforación:
“Desde
dos días antes, el Samotracia 5, probaba en los análisis de las muestras, la
existencia de una venero extraordinario. Se esperaba de un momento a otro que
el muestreo indicara la necesidad de suprimir la presión hidrostática de la
columna de lodo de perforación y liberar el producto a través de la tubería. Se
temía una venida violenta, impetuosa, con una posible destrucción de la torre.
Las conexiones superficiales, los preceptores de la subestructura estaban
listos para cerrar el pozo en caso de emergencia. Los hombres en sus puestos,
nerviosos, prontos a actuar.
El ruido de los motores diesel ensordecía. Los focos atraían miríadas de
mosquitos. El calor de los motores hacía bochornoso el lugar. Acevedo no
quitaba la vista de las maniobras. Se perforaba despacio, empalmando tubo tras
tubo a la ligada. Cada tubo empalmado podría ser el último. Consultó su reloj.
Las tres de la madrugada. Le ordenó a un ayudante que le trajera un refresco
del refrigerador de su camioneta. El tubo empezaba a bajar poco a poco.
¡Despacio, muy despacio!, ordenó Acevedo. ¡Todos listos! El ayudante le dio el
refresco. Dentro de una hora, aproximadamente. Radiaría a Poza Rica la noticia
del año. El Gigante Samotracia 5, empezaría su historia. Ingeniero, le avisó el
ayudante, le llaman por radio. Supuso que Merino deseaba noticias. Acostumbraba
llamarle a las horas más insólitas. Ese hombre no descansaba nunca. Imposible
separarse del pozo. Contesta, le dijo al ayudante. El tubo penetraba como falo
erecto en el coño de una virgen. Lento, lento, preciso. Los lodos eran
muestreados cada diez minutos en la malla de la temblorina. Los químicos
trabajaban con las camisas mojadas de sudor”.
La trama del cuento gira alrededor de 5 personajes principales (algunos
de los cuales son prototípicos de nuestra historia local):
Segismundo, Segis, “el chango” de perforación, por tanto, trabajador
petrolero especialista; parrandero, mujeriego, golpeador de su esposa,
derrochador contumaz de su elevado sueldo. Aquí cabría apuntar que estos casos
se presentaron multitud de veces en familias pozarricenses. Conozco a una
exitosa profesionista (doctor en medicina) que aborrece la cultura del vicio en
nuestra ciudad, y muy en especial a los petroleros borrachos y golpeadores de
sus mujeres. Aunque, por fortuna, muchos otros han sido excelentes padres de
familia.
Por su parte, el ingeniero Acevedo es un técnico en perforación,
verdadero experto en esa vital área de la industria energética. Es presentado
como uno de los “ases” con que contaba el poderoso y arbitrario Jaime J.
Merino, para la delicada tarea de encontrar nuevos y productivos campos
petroleros.
El propio ingeniero Merino es otro de estos personajes. Como todos
sabemos, fue el superintendente de Pemex en Poza Rica, entre 1944 y 1958. Los
datos históricos demuestran que Merino fue, en los hechos, un hombre
inteligente y muy activo, que administró hábilmente al más rico centro
petrolero del México de entonces, pero que al mismo tiempo, uso y abuso de la
corrupción, el control político y la
violenta represión de las voces disidentes (llegando hasta el asesinato
político, según denunciaban los opositores de entonces).
Un cuarto personaje es la bellísima Arcelia, esposa del ingeniero
Acevedo, pero que fue antes una codiciada soltera, pretendida por muchos
jóvenes de nuestra localidad.
Finalmente, tenemos al siniestro jefe de la policía, Fernández, quien
era además el pistolero de las confianzas de Merino. Verdadero brazo ejecutor
de las tareas “sucias” de la ciudad petrolerísima; “la leyenda lo Hacía
responsable de incontables asesinatos”, leemos en una parte del cuento.
La historia hace hincapié en un hecho
importante del pasado pozarricense. Una fuga de gas del quemador principal de
la refinería (conocida en aquel momento como “Nuevos Proyectos”). Suceso
ocurrido el 20 de noviembre de 1950 y que provocó la muerte de 26 personas,
según los datos oficiales, pero que según nuestras indagaciones, bien pudieron
ser entre 40 y 80. En la acción de nuestro cuento, el todopoderoso Merino
acepta que resultaron “cien muertos o más”.
Por cierto, en “La noche de la séptima llama”, el superintendente local
se apresura a fijar los precios de “los muertitos”: se pagarán por “los niños
12 500 pesos, los adultos 25 mil”.
Martré fija en la trama un triángulo amoroso que generará fuertes
tensiones entre los protagonistas de la historia. Arcelia es deseada, desde
siempre, por el torvo Fernández, pero este debe respetarla, porque la chica es
hija de una familia respetable, y no la puede raptar “como a cualquier
rancherita desconocida”. A la postre, Acevedo la hace su esposa y Fernández no
queda conforme.
A partir de ese momento, Fernández va a molestar a la pareja, llevándole
clandestinas y molestas serenatas a la mujer, y formulándole veladas o nítidas
amenazas al ingeniero Acevedo.
Dentro de aquellos sucesos trágicos, el autor se permite una pequeña
dosis de humor negro. El despilfarrador Segis se entera de las
indemnizaciones:
“Segis deseaba en ese momento, tener un primo, tío o tía soltera en la
Cortínes; le darían al menos veinticinco mil pesos. ¡Qué lástima no tener
parientes ahí! Todos vivían al otro extremo de la ciudad. Veinticinco mil de un
sopetón. Alcanzaban y sobraban para sacar a “Ojos de aguamarina” del burdel.
Ponerle casa. Tenerla en la cama sin necesidad de emborracharse tanto. En la
cama, sin falsedades ni prisas, sino cariñosa, retozona y agradecida, porque al
fin la sacaba del burdel. La tendría siempre y no botaría la billetiza en la
zona. Quizá su sueldo alcanzara para las tres mujeres. Desde luego, la mayor
parte a la güera. ¡Sueños!”
El final del cuento no puede ser más terriblemente trágico. Acevedo encuentra muerta a su esposa, en su
propia recámara, y junto al cadáver de la bella mujer, está el cuerpo de un
desconocido. Ambos desnudos y sorprendidos por la fuga de gas en pleno acto
sexual, quedaron ahí. El exitoso
ingeniero perforador miente, pues
aseguraba que el fallecido era su hermano, que estaba de visita. El cornudo se
apresta a cobrar 100 mil pesos de indemnización, porque él es un funcionario
distinguido de la paraestatal petrolera.
Vale la pena apuntar unos breves datos del autor de “La noche de la
séptima llama”. Gonzalo Martré (1928) es un experimentado periodista,
novelista, cuentista y crítico literario.
Fue Argumentista
por nueve años de Fantomas, La Amenaza Elegante, historieta publicada
por Editorial Novaro. Actualmente, considerada una historieta de culto. Entre
sus principales novelas se pueden mencionar “Safari en la zona Rosa” (1970);
“Los símbolos transparentes” (1978); y “Pájaros en el alambre” (2000).
Debe señalar algunas imprecisiones
históricas contenidas en el cuento. La colonia de los hechos no fue “Cortines”
(la cual nunca ha existido), sino la céntrica Flores Magón. En alguna parte se describe a la zona roja
del merinismo como “moderna”, y por supuesto que las distintas zonas rojas
pozarricenses siempre han sido inmundas, altamente insalubres y absolutamente
sórdidas, y con todo ello, también altamente populares.
Asimismo, el autor omite un elemento
central de aquellos hechos históricos. Pues desde un par de años antes de la
tragedia, Merino había venido presionando y amenazando a las familias y los
comerciantes que, de forma irregular, habían venido ocupando predios de aquella
zona citadina aledaña a la refinería. Pues el “jefe” Merino deseaba, con su
voracidad insaciable, formar un fraccionamiento moderno, que le diera pingües
ganancias. Y, curiosamente, el conflicto se resolvió –como algunos otros-, con
muertos de por medio.
Otra imprecisión grande. Martré menciona una supuesta balacera entre
trabajadores disidentes y los pistoleros merinistas, con saldo de varios
muertos. Como ficción literaria pudiera pasar por el sesgo dramático, pero nada
más alejado de la realidad. Si hubo balaceras y golpizas, pero sólo del lado de
los pistoleros; los opositores se defendían con denuncias públicas, movilizaciones
y plantones de protesta y, sobre todo, con la postura moral y valiente de sus
extraordinarios líderes como Fausto Dávila Solis, Teodoro Tapia Martínez,
Herberto Martínez Velázquez y Enrique A. Castillo, por citar sólo a unos
cuantos de ellos.
Por
otra parte, encuentro un gran acierto histórico en este cuento de Martré. El
reconocimiento y puntual descripción del poder discrecional del cacique Merino,
quien manejaba todos los hilos del poder económico, político e incluso
policiaco del centro petrolero. En la ficción referida queda muy claro que
manejaba a todos a su entero antojo. Desde el presidente municipal, el
secretario general de la Sección 30, el jefe de la policía, los gerentes de los
bancos, hasta el último obrero de Pemex. Así, es muy verídica la forma en que
Merino “compró” a la prensa local, con 25 mil pesos para cada director, los
cuales aceptaron el soborno, más que gustosos.
En fin, el cuento “La noche de la
séptima llama” es una lectura amena, interesante y muy provechosa para
asomarnos al mundo del pasado pozarricense. Por ello, debe conocerse y
valorarse por todos los que amamos a la pujante, industriosa, caótica, pero
siempre generosa Poza Rica.