“Cuando vayas a tu
alegría invita, o de perdida invítame”.
por Livia Díaz
-“Horas
de junio” se multiplica.
Poza Rica, Veracruz 10 de junio 200
6.- Al calor de los versos, y el tiempo, las diferencias personales entre los autores citados al onceavo Encuentro Hispanoamericano de Escritores “Horas de junio”, se fueron haciendo notorias. Diferencias comprensiblemente sociales, políticas, físicas, intelectuales, no impidió observar las coincidencias cuando en las butacas, se comentaba “yo ya estuve escribiendo”, “¿has escrito?” momento en que el escritor veracruzando Enrique Quiroz dijera que ya estaba escribiendo su travesía desde Acayucan hasta Hermosillo en camión y que pronto tendríamos noticias de un libro sobre el desierto desde su perspectiva al irlo descubriendo.
Al
ver eso, me pregunté “a quién se le habrá ocurrido inventar los encuentros de
escritores”. ¿Cuándo comenzaron y porqué? Lo cierto es que el encuentro es una
oportunidad de convivencia, de conocimiento, de participación pero
principalmente de estar y conocer otras latitudes a donde el que lleva como
única herramienta sus manos y su voz, trabaja.
El
onceavo Encuentro Hispanoamericano de Escritores “Horas de junio”, no solo ha
sido el instante en que se conjugaron esfuerzos y voluntades para convocar y
crear el Parlamento Hispanoamericano de Escritores, fue en primer término un
homenaje al poeta Alonso Vidal, a quien ya las primeras horas del primero de
junio frente a la rectoría de
Quienes
no lo conocimos apreciamos cada lectura y palabras alusivas y remembranzas. En
esa mesa también se homenajeó la tertulia, la tradición, y la posibilidad de
compartir desde diversas latitudes del mundo y disímbolas ocupaciones e
intereses en la causa común de la literatura.
Fueron
cuatro los días que duró el evento. Desde las nueve de la mañana hasta las 10
de la noche, mesas de lectura en rondas de 4 y seís, y hasta más, para dar la
posibilidad y cabida a todas las voces. Me robé en palabras del escritor Miguel
Ángel Galván “recuerdos prestados” para presentir y conocer, qué se mueve al
interior de cada uno cuando escribe y sobre lo que va escribiendo.
Ahí
presumí que los jóvenes tienen una especie de satisfacción privada por anotar
nuestras marcadas diferencias. Cosa que estimé una pérdida de tiempo vital, ya que
se revierte con la edad, cuando se sienta uno a escribir las coincidencias
humanas.Y con ese pensamiento me sentí satisfecha, por que dentro de 20 años,
estarán como yo en un plan menos paternalista, dándose cuenta de que valio la
pena la esperanza y que había futuro, aunque no siempre signifique una promesa
de realizar sueños.
Esta
frontera idiomática y generacional, en materia de literatura me resultó sorprendente,
por la riqueza de lenguaje e imágenes aportadas al texto sin omisión ni censura
de temas, posibilidades, sin llegar a la experimentación de frontera sino desde
la frontera física que impone hablar desde el yo y ahora, analizando y
reflexionando sobre el poema y la narrativa para un plano visual y descriptivo
el asunto social.
Ahí
conocí el drama de la frontera, la migración, el desierto, la carencia de agua,
y el parsimonioso desarrollo de las regiones más afligidas por la explotación
del hombre sobre el hombre, en lugares a donde parece no haber otro futuro que
las bandas, las drogas y la muerte.
Ese
tesoro sobre la arena colmado de posibilidades estéticas, y a donde el sol, no
es un jerarca alabado como dador de vida, sino el testigo inclemente del día y
la noche, que no comunica más que los límites entre la vida y la muerte, “con
la canción de la calle que todos escuchan y pocos repiten”, me explico...
Horacio
Valencia ha dicho en su lectura que “Dios provee las moscas, la muerte y el
agravio”, citando su “vieja morgue mental”, que seguramente teemos todos dentro,
y de donde vamos reviviendo los muertos para contarlos y escribirlos.
Gerardo
Cornejo de sus minificciones microbianas leyó “Aquella traviesa trabajadora
sexual hizo su última broma porque al morirse, pidió también que en su tumba le
escribieran un eputafio”.
Daniel
Camacho describió el encuentro diciendo: “Horas de junio, es un caos en el que
despierta su grandiosidad”. Es posible quue no me alcance el papel para citar a
todos los que escuché esos días, sin embargo la vida si podría darme para
traducirlo y apreciar como fuimos muchos desfilando desafiando al papel y las
computadoras para verbalizar las palabras. Escritores de muchos pueblos, con
quizá los mismos problemas e intereses, quizá los mismos conflictos y sueños, perplejos
al escuchar a sonorenses como Elmer Tabanico quien dijo “Soy tan feliz pero tan
pobre, que mis sufrimientos, solo alcanzan para mí”.
En
cierto momento, José María Dibeu dijo “nadie pinta lunas llenas”. La pobre luna
vive en cuarto menguante o creciente, seguramente una reflexión que a muchos
nos dejó pensando.
En
tanto, Irma Quiroz comentó “yo también he tenido vergüenzas públicas”, y Ramón
Martínez “me revuelvo en dos. El que habla, el que solo mueve los labios”. Pero
quizá fue Ramón Peralta el que le puso los puntos a las íes cuando afirmó “el
derecho a la lectura ajena es la paz”.
Un
hallazgo interesante con Miguel Avilés, fue su poema Batracio, en el que se
describe y evoluciona, de punta a cola, en esa metamorfosis que se saborea al
paladear en versos la transformación física, condenado a mutar “el bratracio,
pagará su condena de punta a cola”.
Cuando
de pronto vienen los recuerdos en cascada desde aquellas mesas, no se puede
dejar de citar a Gerson Gómez diciendo “el que se deprime, como si la rutina
existiera…”, ¿existe realmente todo lo que hablamos? O es una imagen y diseño
organizado dentro de la mente, como un anaquel a donde se va colocando todo
cual un gran closet de organizadas tablas, bolsas, cajones y ganchos. Y ya está
uno pensando en eso, cuando aparece Armando Vega Gil y comienza a leer y
dramatizar sus cuentos, sacando un molcajete con el que simbólicamente le hizo
trizas los sesos a Rosina Conde, arrebatando la carcajada a todos los
presentes. Nadie ha podido enajenarse de la simpatía y humor de Armando y sus
creaciones, así como del drama que ha trasmitido en su voz el escritor Xevdeth
Bajraj de Kosovo, y el escritor Indram Amithanayagam, de Sri Lanka, quienes
tocaron un tema de guerra y otro tema sobre el Tsunami que arrebatara la vida a
cientos de miles de personas, que no dejó de estremecer al propio teatro y
cuyas palabras y salidas poéticas, en mi opinión, no dejan de heredarnos una
obligación de ser testimonio y humanidad más allá de fronteras ideológicas o
posturas ente el texto literario.
Me
tocó leer, en un teatro lleno, y sola, minutos antes del homenaje a José Emilio
Pacheco, frente a un auditorio que no me conocían. La experiencia fue y será
mágica por siempre. Ya que al trote de mis versos sobre Atenco y Feminicidio,
brotó dentro de mi una voz, que tal como la de ellos, mis compañeros a quienes
he escuchado y de quienes me he alimentado, advertí no sin erizárseme la piel
cómo dijo Miguel Méndez “la palabra no se pudre ni perece, es a prueba de balas”.
En
su lectura, uno de los más destacados escritores sonorenses citó palabras de Alonso
Vidal. Fue Ismael Mercado quien se definió ecléctico, y dijo que le había
escrito: “Cuando vayas a tu alegría invita, o de perdida invítame”.
“Y
lloré como llora un niño cuando tiene hambre y su madre le niega el pezón” en
las palabras de Xevdeth Bajraj de Kosovo, por esa “vocación de elefantes de
tener memoria de la muerte” diría instantes después Paco Luna.
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